Volviendo al aterrizaje de Barakaldo, si ya es insólito que un ovni aterrice en una zona superpoblada (110.516 habitantes a principios de los setenta. Pueblos de España, Madrid, 1970) antes de las ocho y media de la tarde, más sorprendente resulta que sólo haya dos testigos y que éstos sean niños de unos 10 años de edad. ¡Toda la historia se basa en el testimonio de dos críos que estaban jugando en la calle cuando ocurrió el incidente! En principio, estos dos elementos ya invitan a tomar el caso con cierta precaución.
Una imagen actual del lugar del “aterrizaje”.
En este mapa se puede ver como era en el año 1982.
Por otra parte, resulta curioso cómo evoluciona, con el paso del tiempo, un dato importante del avistamiento (el propio aterrizaje). En la noticia de prensa publicada en 1977 se relata que el ovni, cuando lo descubrieron los niños, estaba en el suelo (no lo vieron aterrizar):
“De pronto escuchamos un ruido muy raro, como el que hace la televisión cuando se estropea. Y vimos como una ‘cabina telefónica’ en uno de los extremos de la campa.” La Gaceta del Norte, 5 de enero de 1977.
Sin embargo, en La Quinta Columna (1990), p. 127, se señala: “Y de pronto escuchamos un ruido raro, como el de la televisión cuando se estropea y ‘hace nieve’. Entonces vimos bajar ‘aquello’. Era un aparato parecido a una ‘cabina telefónica’...La ‘cabina’ fue a posarse detrás de unos arbustos.”(El resaltado es mío)
Unas líneas más arriba comentaba lo inaudito que era que el “aterrizaje” lo observaran sólo dos testigos. Pero la siguiente información es, todavía, más increíble:
“Un total de seis niños se hallaban jugando en las cercanías de un terreno tapiado, existente entre la calle El Rosario y el colegio San Ignacio Gorostiza y a corta distancia del citado camposanto.”
Por lo visto, de los seis niños, únicamente dos vieron el ovni: “...Pero sólo nos dimos cuenta nosotros. El resto siguió jugando.” (LQC, p.127. El resaltado es mío).
Y ninguno de los restantes vecinos del barrio, como veremos después, tampoco vio el descenso de la “nave de exploración”.
En 1983 y a petición de Vicente-Juan Ballester Olmos, que estaba realizando una catalogación de los aterrizajes en la península ibérica, Luis Alfonso Gámez y Juan-Marcos Gascón se acercaron al lugar de los hechos para comprobar la veracidad del caso. Las indagaciones que realizaron las plasmaron en el artículo: Baracaldo (Vizcaya): Los humanoides estaban de guasa, CdU año III, nº 9, marzo 1985.
A pesar de las diversas gestiones que los autores realizaron, no consiguieron conocer la identidad de los niños y, por lo tanto, no pudieron examinar sus testimonios. Preguntaron a los vecinos de la zona si habían oído hablar del suceso:
“La mayoría de los encuestados no tenían conocimiento de que hubiese sucedido algo parecido en el barrio. Solo una persona, el dueño de la marmolería, nos dijo que había sabido del suceso gracias a las noticias de la prensa... Además, el dueño de la marmolería nos dijo que, de haber ocurrido realmente los hechos, todo el barrio tendría conocimiento de su existencia. Por otro lado, la jornada laboral en la marmolería concluye a las veinte horas, por lo que no sería nada raro que de suceder algo anormal en las cercanías lo observasen las personas que estaban trabajando en ese establecimiento.” (Gámez y Gascón)
En
La Gaceta del Norte y en
La Quinta columna se exponen las siguientes “pruebas” que, supuestamente, produjo el supuesto descenso ovni:
1.- Un trozo de pared desconchado y quemado.
2.- Hierba aplastada.
3.- Un árbol desgajado con ramas rotas.
4.- Salpullido en uno de los testigos que desapareció a la mañana siguiente.
5.- Además, se sugiere la relación del aterrizaje con una observación efectuada el día 27 de octubre sobre Barakaldo (un ovni que se mantenía inmóvil a unos 300 metros de altura sobre la ciudad).
6.- Y para darle más autenticidad al caso, se menciona la extraordinaria similitud (forma del ovni y aspecto de los ocupantes) con el aterrizaje de
Benacazón (Sevilla), ocurrido el día 28 de enero de 1976.
Las tres primeras “pruebas” no tienen nada de extraordinarias. Es más, suele ser normal encontrar ese tipo de “huellas” en un solar, con árboles, donde suelen entran a jugar los niños. Sobre el salpullido de uno de los crios, no queda muy clara su relación con los hechos narrados. En cuanto al ovni del día 27, parado sobre Barakaldo, ya he señalado en la primera parte de este artículo que, probablemente, se trataba de la estrella Arcturus. La relación que pudo tener esta observación con el aterrizaje es que, posiblemente, su publicación en la prensa fue el detonante de esta fantástica historia.
El parecido del caso de Barakaldo con el de Benacazón es realmente curioso. Esta semejanza parece darle más credibilidad al avistamiento barakaldés pero, en mi opinión, dicha similitud resulta sospechosa. Más bien, parece un relato inspirado en el incidente sevillano. Este supuesto no es descabellado, puesto que el caso de Benacazón tuvo una gran repercusión mediática en la época. Pero lo irónico del asunto es que, el aterrizaje andaluz,
tal y como se explica en este sitio, es un fraude como la copa de un pino.
En definitiva, al repasar esta increíble historia, y a pesar de no haberse podido comprobar su veracidad por desconocimiento de la identidad de los dos niños, uno se encuentra con datos inconsistentes y con bastantes indicios que apuntan, a mi juicio, a un incidente ficticio.
Gámez y Gascón, en el trabajo citado anteriormente, concluyen: “...por existir un gran porcentaje de probabilidades de que todo se trate de un sainete; una broma ideada bien por los niños, o bien por terceras personas, cuyo objetivo sería el periodista que divulgó los hechos.” (CdU, nº 9, marzo 1985)